Un diálogo con Carla Gili (Anècdota), por Ivan Olmos

Del campo al asfalto. Historias que nos acercan al territorio

Carla Gili no proviene de una familia de tradición campesina, pero ha crecido escuchando a la tierra. Diseñadora de formación, decidió dejar atrás Barcelona para volver a Montgai, su pueblo natal, y transformar unos olivos plantados por su padre en un proyecto de vida. De esa ambición genuina nació Anècdota: un aceite de oliva virgen extra que, botella a botella, busca vincular a las personas con el campo y reivindicar su herencia cultural. Desde la tierra, desafían la lógica de la industria, apostando por la trazabilidad, la proximidad y el relato.

En esta conversación hablamos de homenajear la memoria del territorio en la mesa, de reeducar al consumidor y del valor de hacer las cosas con calma en un presente centrifugado.

I:

De Barcelona a Montgai: ¿qué te hace dejarlo todo para volver a casa? ¿Fue un impulso o una necesidad que venías arrastrando desde hace tiempo?

C:

Tengo una visión muy flexible de la vida: que tome una decisión hoy no significa que tenga que atarme a ella para siempre. No me abruma el cambio. Es curioso, porque disfruto mucho de la ciudad; de hecho, mi entorno daba por hecho que me quedaría allí. Pero llegó un punto en el que, si quería sacar adelante este proyecto, tenía sentido volver a casa. Me daba un poco de vértigo; no es fácil cuando ya te has ido. Había una dinámica familiar por reaprender.

I:

El proyecto nace de unos olivos plantados por tu padre.

C:

Mi padre empezó a plantar olivos hace seis años, cuando se jubiló. Sin ningún plan en mente, simplemente le apetecía invertir su tiempo en algo que le ilusionara. Es un culo inquieto, siempre se propone nuevos retos. Yo me dedicaba al diseño de producto, y en la universidad me incomodaba que mis amigos de ciudad —aun teniendo mucha cultura— no valoraran el trabajo de mis amigos del campo. Todo mi entorno aquí es campesino: gente que volvía a la finca a las siete de la mañana tras una noche de fiesta. Me frustraba mucho que eso no se reconociera. De ahí que muchos de mis proyectos, desde que me gradué, hayan buscado tender puentes entre el campo y la ciudad.

I:

¿Cuándo te das cuenta de que lo que empezó como una distracción podía convertirse en un proyecto de vida?

C:

Cuando surgió la posibilidad de hacer aceite, tenía claro que no quería que terminara como los garbanzos del súper: un producto hecho con cariño y desde la proximidad, que llega a casa sin historia y se consume sin conciencia, porque la industria lo mezcla todo y hace imposible su trazabilidad. Empezar con la única intención de diseñar una botella de aceite es una idea muy inocente, porque a medida que te metes en ello, te vas vinculando. Para mí, diseñar sin una misión no es una opción. Y una vez tienes el horizonte claro... te engancha.

I:

¿Qué hay tras el nombre “Anècdota”?

C:

Buscaba un nombre que no hablara del producto, sino de la experiencia. Quería evitar caer en tópicos como “oro líquido” o cosas por el estilo. Para mí, el aceite es la excusa: la misión sería la misma si hiciéramos quesos o zapatos. “Anècdota” nos ofrecía un paralelismo perfecto, porque nunca es la historia principal, sino la que acompaña —igual que el aceite. También me interesaba su sentido estrictamente cultural, como forma de aprender a través de pequeñas cosas del día a día. Como cuando vas al mercado y el campesino te explica de dónde viene el producto. La anécdota es lo que te hace quedarte.

“Anècdota” nos ofrecía un paralelismo perfecto, porque nunca es la historia principal, sino la que acompaña — igual que el aceite.”

I:

¿Cómo es compartir aventura con tu padre?

C:

Es un estilo de vida, tienes que sentirlo tuyo. El trabajo en el campo siempre ha sido familiar, y yo también lo soy. Compartir proyecto con mi padre implica reaprender a convivir, redefinir roles, tener paciencia y volver a dialogar. Pero es como en cualquier trabajo: tú te ocupas de una cosa, yo de otra, y entre todos lo sacamos adelante. Es una forma de entender el trabajo —y la vida— desde un lugar mucho más orgánico.

I:

Has trabajado en sostenibilidad, diseño de producto, marketing digital... ¿Cómo han cristalizado todas esas experiencias en Anècdota?

C:

La parte emprendedora me viene sobre todo de mi padre, que ya había tenido su propio negocio. Sin él, Anècdota no habría sido posible, no solo por la infraestructura, sino por todo lo que me ha transmitido con su experiencia. El diseño también está muy integrado en todo lo que hago. Haber pasado por un estudio de agricultura vertical me ayudó a entender cómo se toman decisiones.

I:

A pesar de darte cuenta de que trabajar en un estudio creativo no era lo tuyo, dices que volverías a estudiar diseño. ¿Por qué?

C:

Lo tenía clarísimo desde el bachillerato. La decepción vino después, cuando vi cómo funcionaba realmente un estudio desde dentro. Ahí me di cuenta de que no quería ser diseñadora, sino usar el diseño como herramienta, como una forma de pensar.

I:

El desamor no fue tan doloroso, pues.

C:

Estudiar diseño te da una estructura, una metodología. Lo aplico cada día en Anècdota. Me permite proponer soluciones muy tangibles en el mundo rural y ver los resultados.

I:

¿Cómo recuerdas el primer contacto con Atipus?

C:

Hacía tiempo que seguía de cerca el trabajo de Atipus. Me puse en contacto con ellos por primera vez sin tener mucho presupuesto. Desde el principio me gustaron mucho por su calidad humana, pensé: “Cuando llegue el momento, tengo claro con quién quiero trabajar.” Y así fue.

I:

En un momento en el que todo tiende a ser masivo e inmediato, apostáis por el pequeño formato y el ritmo natural del campo. ¿Decisión consciente o inevitable?

C:

Totalmente consciente. Hay alternativas, pero no conecto con ellas. Creo mucho en los equilibrios. No me considero especialmente idealista, dentro del sistema hay muchas formas de hacer, desde enfoques más radicales hasta propuestas de decrecimiento. Si queremos transformarlo, no podemos huir: tenemos que ir haciendo pequeños ajustes desde dentro. Con los aceites de finca, por ejemplo, estamos invirtiendo la lógica de la industria. No mezclamos cosechas, damos importancia al origen y explicamos qué hay detrás de cada botella. ¿Encarece el producto? Sí. Pero también lo dignifica. Podríamos hacerlo más fácil y más rentable, pero no nos resonaría. Y el consumidor que lo entiende... lo valora.

I:

Sueles hablar de conectar ciudad y campo. ¿Qué te gustaría que cambiara en la forma en la que miramos —y valoramos— el mundo rural? ¿Es ahí donde nace Espai Anècdota?

C:

Desde el inicio del proyecto teníamos claro que habría una parte experiencial. Sabíamos que debíamos estar físicamente presentes en la ciudad, pero también encontrar formas de acercarla al campo. De ahí nace Espai Anècdota: encuentros en pleno sector primario, en fincas reales, para vivir el territorio desde dentro. No buscamos el paisaje más romántico, sino la realidad del campo tal y como es: con fincas tecnificadas, placas solares, depósitos, maquinaria. Eso no significa que no nos gusten las plantaciones tradicionales, pero queremos mostrar toda la complejidad que hay detrás de cada tirada.

I:

¿Qué te gustaría que pasara con Anècdota dentro de cinco años? ¿Cómo lo imaginas?

C:

Me gustaría que el concepto de aceites de finca estuviera plenamente instaurado, y que Anècdota fuera referencia. Tener presencia en más espacios, poder ofrecer más catas, colaboraciones y acciones compartidas... Y, si puede ser, llegar también a otras ciudades europeas.

Snap with Carla

El alimento ideal para acompañar el aceite:

Pan de masa madre

Media diaria de horas frente a la pantalla:

Unas cuatro

Un recuerdo que revivirías para siempre:

El primer obrador

¿Cómo titularías esta entrevista?

“La parte más personal de Anècdota”

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Media diaria de horas frente a la pantalla:

Unas cuatro

Un recuerdo que revivirías para siempre:

El primer obrador

¿Cómo titularías esta entrevista?

“La parte más personal de Anècdota”

El alimento ideal para acompañar el aceite:

Pan de masa madre

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