Un diálogo con Rosa Mesalles (Ajuntament de Lleida), por Ivan Olmos

La palabra como servicio público. Hacer crecer la literatura en el mundo.

Rosa Mesalles estudió Filología Catalana sin contar con la absoluta convicción de su padre, que le auguraba un futuro más próspero si se orientaba hacia las ciencias. Pero ella lo tenía claro: la palabra era su vocación. Durante casi tres décadas ha escrito, editado, dramatizado, traducido, programado, leído y escuchado, siempre con un compromiso férreo. Mujer orquesta y nostálgica del papel, ha convertido la administración pública en un espacio para cuidar la cultura, con una mirada que combina rigor, emoción y un profundo respeto por el territorio. Desde la Concejalía de Cultura de la Paeria, coordina los Premios Literarios de Lleida, un proyecto al que ha dado forma año tras año, en diálogo constante con la memoria de un nombre que la marcó: Jaume Magre, figura clave en la construcción del modelo cultural de la ciudad.

En esta conversación, hablamos del compromiso como motor vital, del valor de la cultura como servicio público y de la necesidad de reivindicar una literatura con denominación de origen.

I:

Llevas décadas dando forma y voz a la cultura en Lleida desde la discreción y la tenacidad. Si tuvieras que escoger una palabra para resumir tu trayectoria, ¿cuál sería?

R:

Compromiso. Siempre he pensado que si haces algo sin comprometerte, no tiene peso. Me salga bien o no, lo doy todo e intento hacerlo lo mejor posible. Trabajo en un espacio público y nunca he encajado con la imagen del funcionario que no curra. Me involucro como si fuera mi casa o mi empresa, porque nunca he perdido la hoja de ruta, independientemente del concejal o del alcalde. Lo que realmente me mueve es el servicio público: mi función es tender puentes entre el sector literario y la ciudadanía, a veces a costa de la vida personal. Si pudiera decirte una segunda palabra, sería “pasión”. Tengo la inmensa suerte de trabajar en una materia que me encanta.

I:

¿Qué es, para ti, la cultura?

R:

El espacio y la herramienta para despertar el espíritu crítico, cultivar el conocimiento, disfrutar de la belleza… Es el terreno donde conocer el alma humana y crecer por dentro, y eso la hace absolutamente necesaria. No me gusta el concepto de “consumir cultura”, porque tiene una connotación economicista.

I:

Tu sello es deliberadamente multidisciplinar. ¿Qué te empuja a tocar tantas teclas?

R:

Todos mis proyectos parten de la literatura, pero siempre buscan abrirse a otros lenguajes. Tengo la fortuna —y la voluntad— de trabajar con todo el arco artístico: música en directo, escenografía, interpretación, audiovisual… Cuando comparto un proyecto con el elenco, deja de ser mío y pasa a ser de todo el equipo. En un ensayo general, a dos horas del estreno, un error se ha convertido en un giro inesperado. De esas cosas se aprende mucho. Yo me iré y los proyectos quedarán, pero lo que me llevo es la implicación emocional y personal de las personas que me han acompañado.

I:

Coordinas, escribes, editas, programas, dramatizas... Pero si hoy te encontraras frente a una página en blanco, ¿cuál sería el primer proyecto que te apetecería impulsar?

R:

Yo siempre tengo una página en blanco, no es ninguna hipótesis. Cuando termino un proyecto, ya estoy pensando en el siguiente. El trabajo es cíclico y eso me obliga a ser muy organizada. ¡Me fastidia! No me deja improvisar como quisiera. Tengo una carpeta donde apunto todas las ideas de proyectos que se me ocurren y recurro a ella siempre que puedo. Hay tantos que me apetecen… pero el tiempo es limitado. Ahora estoy esbozando cómo será el acto público que organizaremos para los Premios Literarios Lleida 2025 en noviembre.

“El tiempo es el tesoro más preciado de este presente líquido. Vivimos con prisas, todo sucede de forma trepidante e inconsistente. A mí me gusta apostar por lo esencial, por aquello que tiene valor y que el tiempo no licua.”

I:

De los Premios Literarios de Lleida se dice que son “tu proyecto”. ¿Cómo has vivido la evolución de estos galardones desde 1988 hasta ahora?

R:

Entré en el Ayuntamiento casi por casualidad. Empecé corrigiendo y traduciendo textos municipales. Al poco tiempo, hubo un cambio de gobierno y los premios volvieron a ser responsabilidad municipal. Nadie me explicó cómo se organizaba un premio literario, me los confiaron y creé mi propio sistema. Los siento míos no por protagonismo, sino porque me dejo la piel. Son el legado de Magre, el gran impulsor. Él me marcó profundamente. Incluso hoy, cuando organizo el acto de entrega, pienso: “¿Esto, él lo aprobaría?”. Los premios han evolucionado con el tiempo. Han cambiado las dotaciones —ahora son de las más altas de Cataluña—, los jurados, los formatos, los espacios e incluso el tipo de público. También me ha interesado cuidar la trayectoria de los autores. Es un proyecto vivo, como debe ser la literatura.

I:

¿Qué debe tener una identidad gráfica para estar a la altura de un proyecto con alma?

R:

Fondo y forma deben tener, desde siempre, coherencia. No hace falta caer en lo explícito, pero sí buscar una conexión con lo que se quiere transmitir. Es fundamental que la imagen se alimente del espíritu del proyecto para comunicarlo de forma efectiva y eficaz, dando espacio a la innovación y, si hace falta, a la ruptura; pegar volantazos cuando sea necesario para evolucionar hacia nuevos caminos. Con Atipus ha sido así: siempre han respetado mi inclinación hacia la atemporalidad (y mi aversión a la estridencia) aportando sus ideas.

I:

Con Atipus compartís camino desde 1999. ¿Cómo es trabajar con un estudio con el que habéis crecido a fuego lento? ¿Qué destacarías de esta colaboración?

R:

Nuestra relación es de confianza y franqueza. Cuando he tenido que decir “esto no me gusta”, lo he hecho, y ellos siempre han estado muy abiertos a escuchar. No han dado su brazo a torcer, sino que han vuelto con una nueva propuesta. Eso solo lo da el paso del tiempo —casi tantos años como tiene mi hija mayor. Como un matrimonio bien avenido.

I:

En una época dominada por las prisas, tú defiendes los ritmos del papel. ¿Qué relación tienes con el objeto libro?

R:

El tiempo es el tesoro más preciado de este presente líquido. Vivimos con prisas, todo sucede de forma trepidante e inconsistente. A mí me gusta apostar por lo esencial, por aquello que tiene valor y que el tiempo no licua. El libro es eso: un océano donde ser feliz a través de los mundos subterráneos que esconde entre sus tripas; un objeto que quiero, un compañero de viaje hacia la imaginación. Siempre me hago trampas guardando pequeños tesoros —entradas, notas, papeles— que redescubriré años después, como si se tratara de regalos emocionales del pasado.

I:

Has escrito, editado o coordinado cientos de textos sobre autores del territorio. En un mundo tan globalizado, ¿qué te impulsa a seguir defendiendo una literatura con raíces?

R:

Para que un árbol dé fruto, hay que saber dónde tiene las raíces, alimentarlas y abonarlas. Solo así crecerá fuerte y podrá formar parte de un bosque global donde cada árbol cuenta la historia de dónde fue plantado. Para mí, lo local es el primer paso hacia lo universal. No hay creador que no esté vinculado, de una forma u otra, al lugar donde ha nacido, a la lengua en la que piensa o al paisaje que lo ha marcado. En Lleida tenemos nombres que forman parte de la literatura catalana y universal —Pedrolo, Marçal, Margarit, Màrius Torres, Vallverdú, Viladot...— y no siempre se es consciente de ello. Por eso hay que ponerlo en valor. Si no lo hacemos nosotros, no vendrá nadie de fuera a hacerlo.

I:

Tu mirada ha contribuido a visibilizar poetas, narradoras, ensayistas... Si miras atrás, ¿hay alguna voz que crees que aún nos falta escuchar?

R:

Hay muchos autores y autoras aún desconocidos que me encantaría visibilizar, descubrir o redescubrir. Pero el tiempo es tan limitado que a menudo resulta imposible despertarlos del olvido y hacer brillar su creación como se merece.

I:

¿Te imaginas alguna vez parando? ¿Qué te hace continuar después de tantos años de trabajo cultural (y emocional) al servicio de Lleida?

R:

No tengo ningún miedo a la jubilación; de hecho, estoy bastante cansada. Lo que me falta es tiempo: para escribir, para las miles de lecturas que tengo pendientes, para ser espectadora… para alimentarme de cultura. Si la salud me lo permite, eso es todo lo que quiero hacer.

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